Durante la Segunda Guerra Mundial, en Italia, Gino Bartali transportaba clandestinamente documentos falsos en su bicicleta para salvar a familias judías
Vivió, al fin y al cabo, como corrió, en un contraste asombroso de sombras y luces que dibujaban los contornos de su carácter, descrito alternativamente como gruñón y afable, salvaje y bondadoso, ingenuo y astuto, egoísta en la victoria, pero, ante todo, profundamente creyente, pues entre los muchos apodos que le dieron, se quedó con él de «Gino el Piadoso».
En Ponte a Ema, cerca de Florencia, nacer en una familia numerosa y marcada por una fe profunda era casi algo común. Los Bartali transmitieron a su hijo, que llegó al mundo en julio de 1914, la certeza de que, bajo la sombra protectora de la cercana iglesia de San Pietro, nada grave podía sucederles.
Gino tenía 13 años cuando su padre, un obrero de la construcción, le compró su primera bicicleta. Pronto, su entorno se dio cuenta de que el chico tenía fuego en las piernas. En cuanto la carretera se empinaba, se volvía imparable. Acumulaba victorias primero entre los aficionados y luego entre los profesionales. A los 23 años, ya había conquistado dos Giros de Italia, un Tour de Francia y numerosas clásicas.
Mensajero durante la guerra
En 1938, Italia vestía de negro –los camisas negras fueron organizados por Benito Mussolini como instrumento de acción violenta–. El Duce estaba convencido de que podía contar con Bartali para su propaganda. Pero el toscano se negó a hacer el saludo fascista tras la victoria en el Tour de ese año, aunque eso significara atraer sobre sí las iras de una prensa obediente al régimen.
Gino hubiera preferido que solo se le recordara por sus hazañas deportivas. Pero al margen de sus ascensiones en solitario, acelerando en capas sucesivas con un pedaleo ligeramente brusco, el italiano ocultaba un secreto aún más valioso, que prefería guardarse en la intimidad.
Nadie podía imaginar entonces lo que Bartali hacía realmente sobre su bicicleta, a veces incluso de noche, recorriendo cientos de kilómetros. Oficialmente, estaba entrenando. En realidad, transportaba, bien ocultos bajo el sillín o en el manillar, documentos de identidad falsos que entregaba a familias judías italianas escondidas en varios conventos. Estas misiones le fueron confiadas por el cardenal Dalla Costa, con quien había trabado amistad, y por el rabino Nathan Cassuto. Se estima que fueron cientos los judíos italianos que escaparon de la deportación gracias a estas acciones.
En 1943, Bartali rechazó unirse al ejército italiano que colaboraba con los nazis e intentó refugiarse en el Vaticano. Fue arrestado y encarcelado durante 45 días, y probablemente fue su notoriedad lo que le salvó y le permitió recobrar la libertad.
Tras una carrera deportiva excepcional que terminó en 1953, Bartali sería reconocido como uno de los más grandes ciclistas de todos los tiempos. El 5 de mayo del año 2000, murió en su querida Florencia. No llegó a ver cómo, trece años después de su muerte, su acción clandestina durante la Segunda Guerra Mundial le valió el título de “Justo entre las Naciones”.
En una frase que quedó unida a su leyenda, decía que «el bien se hace, pero no se dice», eludiendo así los rumores que comenzaban a crecer sobre sus actos heroicos. «Si se divulga, pierde su valor, porque es como si se quisiera sacar provecho del sufrimiento ajeno. Hay medallas que se cuelgan en el alma y no en la chaqueta.»
(Pese a que él quería proteger celosamente su secreto, la verdad terminó por salir a la luz. Y con todo el respeto que se le debe a su memoria, no podemos evitar decir que, en el fondo, es para engrandecer más su figura).
Hoy en día, el nombre de Gino Bartali está inscrito en el memorial de Yad Vashem, entre las hileras de olivos, en Jerusalén