Como no podía ser de otra manera el Campeonato del Mundo en Flandes, en Tierra Santa del ciclismo, no decepcionó a las espectativas creadas. El espectáculo que nos brindaron los ciclistas en una carrera táctica y sin pinganillos y el que les devolvieron los aficionados a estos en forma de calor, ruido y aliento, fue extasiante y apoteósico en esta parte del Brabante. Todo en un circuito abarrotado de almas encolerizadas y coloreadas por banderas del mundo, que incluso nos ilusionó con que, quizá, los tiempos de pandemia son parte del pasado.
El olor a frites inundaba el ambiente, la música electrónica sonaba por doquier y el sabor a Stella Artois, la cerveza local, infundía valor a unos aficionados que rugían, cantaban y animaban sin descanso, siempre desde el respeto que caracteriza a este deporte. Algunos corredores afirmaron no poder oir cuando, entre ellos, intentaban comunicarse la estrategia a seguir.
La organización no incluyó en el recorrido los míticos muros del Tour de Flandes ni quiso que fuera excesivamente selectivo, pero diseñó una carrera nerviosa y atractiva, sobre todo para el público, con dos circuitos que se iban alternando: uno incluía muros más largos y adoquinados y el otro, urbano y bastante técnico, subidas asfaltadas más cortas pero encadenadas y casi sin respiros por las calles de Lovaina.
Los protagonistas estuvieron a la altura de la ocasión, dándolo todo y ofreciendo espectáculo desde bien temprano. Como un Evenepoel omnipresente y mayestático que no reservó un ápice de fuerzas siempre en favor de su líder y al servicio de su selección, tal vez para callar algunas bocas de quién no confiaba en su buen hacer.
Si el Fratelli d’Italia se escuchó el sábado en el podio gracias a la victoria de la transalpina Elisa Balsamo en la prueba femenina, en el día grande se esperaba que sonara la Brabanzona, el himno nacional de Bélgica. Pero Van Aert, máximo favorito al triunfo, no estuvo fino en el momento de la verdad y acabaron tocando La Marsellesa. El gato al agua se lo llevó un inmenso Alaphilippe, que fue el más fuerte en los repechos finales y portará el maillot irisado por segundo año consecutivo.