El deporte no ha sido ajeno a los profundos cambios que ha experimentado la sociedad durante las últimas décadas. El desarrollo tecnológico ha incidido en la forma de comercializar y consumir un evento deportivo. En el caso de las carreras ciclistas y en particular de las Grandes Vueltas, los organizadores han ido incorporando numerosas innovaciones y cambios en los recorridos con el fin de elaborar un producto atractivo para el espectador del siglo XXI.
La proliferación de las redes sociales o la distribución de contenido digital a partir de canales de streaming, han generado nuevas formas de seguir un evento más allá de los medios tradicionales. Las nuevas generaciones demandan productos que puedan consumir de una forma rápida e inmediata.
Partiendo de este contexto, se pretende exponer en el presente artículo un pequeño estudio acerca de cuál ha sido la evolución de los recorridos de las Grandes Vueltas. Teniendo en cuenta diferentes variables de estudio como el kilometraje, las pruebas contrarreloj o las etapas de alta montaña.
Antes de comenzar el análisis, quisiera hacer un inciso y retrotráeme al Tour de Francia de 1992. En concreto a la decimotercera etapa con salida en la localidad alpina de Saint Gervais y llegada en la icónica cima italiana de Sestriere. Claudio Chiapucci se hizo con la victoria tras una memorable escapada en solitario y puso en serios aprietos a Miguel Induráin. Un total de 254,5 kilómetros de distancia y un desnivel positivo de más de 7.000 metros afrontaron ese día los ciclistas. La etapa con mayor desnivel de la historia del Tour.
Apenas 30 años distan de esta etapa, pero con la perspectiva actual parecería inimaginable que cualquiera de las tres Grandes Vueltas presentará una etapa similar en futuras ediciones
Menos kilómetros por una mayor intensidad en las Grandes Vueltas
En las últimas décadas los organizadores de las Grandes Vueltas han optado por una progresiva reducción en el kilometraje. El objetivo que se pretende es adaptar las etapas a un formato televisivo más atractivo y que la intensidad de la carrera sea mayor.
El kilometraje que tienen que afrontar los ciclistas durante las tres semanas de competición no ha hecho más que descender de forma continuada. Si en 1996 se acercaban a los 4.000 kilómetros, en la actualidad se sitúa por debajo de los 3.500 . Como se puede observar en el gráfico inferior, la tendencia la comparten las tres Grandes Vueltas. Siendo especialmente destacable la reducción de kilómetros con la entrada en el siglo XXI.
La reducción del kilometraje en las carreras ha generado que la intensidad y la velocidad media haya aumentado considerablemente. En el último Tour de Francia, el danés Jonas Vingeegard marcó la velocidad media más alta registrada en la historia de la carrera: 42,03 km/h. Ninguna etapa de alta montaña de esta edición llegó a superar los 200 kilómetros de distancia. En la Vuelta a España 2022 la etapa más larga no alcanzó los 195 kilómetros, mientras que en el Giro la etapa de mayor kilometraje fue de 204.
La pérdida de protagonismo de la contrarreloj
Las etapas contrarreloj no serán probablemente las más espectaculares para el espectador, pero si han sido en los últimos años las más decisivas. En el recuerdo está el Giro de Italia 2012 que Hesjedal arrebató a Purito Rodríguez en la crono final de Milán o la cronoescalada de la Planche des Belles Filles del Tour de 2020 en la que Roglic sucumbió ante Pogacar.
En el ciclismo moderno la lucha contra el crono ha marcado más diferencias que la alta montaña. Sin embargo, las Grandes Vueltas han reducido de forma considerable los kilómetros contrarreloj en los últimos años.
A comienzos de siglo era normal que cualquiera de las tres Grandes tuviera hasta dos contrarrelojes individuales que superarán los cincuenta kilómetros cada una. Sin embargo, la contrarreloj ha ido perdiendo un importante protagonismo.
En la próxima edición del Tour unos irrisorios 22 kilómetros completarán la única etapa contrarreloj individual. En la Vuelta serán 25.
Las etapas de alta montaña
En toda gran vuelta siempre las etapas que generan una mayor atracción para el espectador son las de alta montaña. Por norma general, en los últimos años las etapas de montaña han visto reducido drásticamente su kilometraje. Superando de forma cada vez más reducida los 200 kilómetros. Cada vez se buscan etapas más cortas, pero con mejores encadenados montañosos. Prueba de ello son algunas de las etapas alpinas y pirenaicas del último Tour, que se corrieron a una velocidad de vértigo y generaron importantes diferencias.
Antes de la entrada en el año 2000, era frecuente que las grandes etapas de montaña superarán los 6.000 metros de desnivel. En el siglo XXI solamente ha habido una etapa de una Gran Vuelta que haya superado ese desnivel. Fue en el Giro de Italia 2011 con una etapa dolomítica de 229 kilómetros y 6.300 metros de desnivel. El navarro Mikel Nieve se alzó con la victoria tras más de siete horas de carrera.
La etapa del Giro 2011 no ha sido ni mucho menos la tónica habitual. Los organizadores han buscado diseñar etapas de montaña que en muchas ocasiones no superan los 150 kilómetros de distancia y cuentan con un desnivel positivo más reducido.
Desnivel positivo en las Grandes Vueltas. Fuente: Elaboración propia
En busca del recorrido perfecto en las Grandes Vueltas
En toda Gran Vuelta debería primar un recorrido equilibrado en el que ciclistas de diferente perfil tuvieran su oportunidad a lo largo de los 21 días. Ese equilibrio se ha ido desestructurando en los últimos años, especialmente debido a la reducción de kilómetros contrarreloj. Personalmente consideraría que por lo menos en toda Gran Vuelta debería haber como mínimo una contrarreloj de 40 kilómetros. Esto incentivaría a que hubiese un mayor número de ataques en la montaña por parte de los menos especialistas en la lucha contra el crono.
Respecto a las etapas de alta montaña, si tenemos en cuenta el Tour de 2022: etapas cortas, pero de gran intensidad e interés. Podría parecer un modelo adecuado y atractivo para el espectador. Aunque siempre dependería de como de agresiva ponen la carrera los ciclistas. Sin embargo, incorporar al menos una etapa de gran fondo que supere los 200 kilómetros y con un gran encadenado montañoso podría ser interesante.
Se debería considerar que toda Gran Vuelta tenga a lo largo de sus 21 días una combinación de etapas de alta intensidad, de fondo, una contrarreloj individual que al menos supere los 40 kilómetros y etapas llanas o de media montaña que incluyan alguna “trampa” (adoquines, caminos de tierra, zonas abiertas buscando abanicos, muros cortos y empinados…).
Existe la premisa actual de que el recorrido de las Grandes Vueltas se diseña para intentar que todos los días ocurra algo que genere interés para el espectador, pero esto no debería desembocar en un desequilibrio en lo que respecta a los distintos tipos de etapa.