Nos adentramos en 1992, año por excelencia del deporte español con la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Unos meses antes de la cita olímpica, el 24 de mayo, se inauguraba en las calles de Génova una nueva edición del Giro de Italia. Entre los favoritos a la victoria se encontraba Miguel Induráin. El ciclista navarro había logrado su primer triunfo en el Tour de Francia el verano anterior y probaba por primera vez las carreteras de la Corsa Rosa.
Induráin se había hecho un hueco en la élite del pelotón internacional gracias en buena parte a su poderío en la lucha contra el crono y su más que notable resistencia en la alta montaña. Una legión de ciclistas italianos liderados por Claudio Chiappucci, Franco Chioccioli y Marco Giovannetti serían los encargados de hacerle frente en aquella edición del Giro.
En el prólogo inaugural, el francés Thierry Marie se hace con la victoria seguido muy de cerca por la estela de Induráin. En la tercera etapa con final en la localidad de Arezzo, tras un ataque de Chiappucci a 10 kilómetros de la meta, el pelotón se rompe. Marie cede e Induráin aguanta. El ciclista del Banesto se viste de rosa por primera vez, ya no soltaría la preciada prenda.
El poderío de Induráin en la contrarreloj
Al día siguiente, en una contrarreloj individual de 38 kilómetros Induráin hace valer su privilegiada fisonomía para lanzar su bicicleta Pinarello a una velocidad vertiginosa. Moviendo un desarrollo extraordinario, avanza cientos de metros con cada una de sus pedaladas. Marca el mejor tiempo en la línea de meta y amplía todavía más las diferencias.
Con la llegada de las primeras jornadas de alta montaña, los italianos intentaron por todos los medios poner en apuros tanto a Induráin como al conjunto Banesto.
Sin embargo, Induráin aguantaba los embates de sus rivales bajo una aparente calma. Siendo incluso capaz de imponer un ritmo sostenido y machacón en las ascensiones que iba lastrando las fuerzas de sus rivales hasta hacerlos descolgar.
Su rival más peligroso e impredecible era Chiappucci. El ciclista varesino de naturaleza inconformista, intentaba en cada una de las jornadas montañosas sorprender a Induráin. Más aun teniendo en cuenta que la última etapa era una contrarreloj de 66 kilómetros muy favorable para el ciclista navarro.
Pero Chiappucci no logró reducirle ni un segundo, e Induráin llegó con una renta de algo más de dos minutos a la última etapa. Una maratoniana contrarreloj entre las localidades de Vigevano y Milán. Una lucha contra el crono que marcaría un antes y un después en la carrera de Induráin y del ciclismo contemporáneo.
Induráin tomó la rampa de salida enfundado con la maglia rosa. Con una técnica impoluta, perfectamente acoplado a su bicicleta sin mover nada más que la poderosa musculatura de sus piernas, se desplazaba por las carreteras lombardas como si de un tornado se tratara.
Llegando a las calles de Milán, Induráin vislumbra la figura de un ciclista en el horizonte. Se trata de Chiappucci, quién había tomado la salida de la crono tres minutos antes que el navarro. Induráin le supera y el italiano intenta no perder su ritmo.
Induráin vence la etapa con una velocidad media superior a los cincuenta kilómetros por hora. Saca más de dos minutos al segundo clasificado en la contrarreloj, el italiano Guido Bontempi.
Las diferencias en la clasificación general son igualmente notables. Más de cinco minutos a Chiappucci y siete minutos a Chioccioli, quienes son segundo y tercero respectivamente. Induráin domina de principio a fin el Giro de Italia y se convierte en el primer ciclista español en llevarse la general de la Corsa Rosa.
El Giro de 1992 supuso la consolidación de Induráin y el inicio de su tiranía. Bajo la apariencia de un rostro sosegado y tranquilo se escondía un portento de la naturaleza capaz de realizar exhibiciones asombrosas que intimidaban a sus rivales. Un ciclista que marcó una época y fue un punto de inflexión en el devenir del ciclismo contemporáneo.