Merckx y Vlaeminck en la Paris-Roubaix de 1975. Foto: Kramer Jean Pierre
Merckx y Vlaeminck en la Paris-Roubaix de 1975. Foto: Kramer Jean Pierre

A finales del siglo XIX Roubaix era una localidad gris e industrial conocida como “la ciudad de las mil chimeneas”. La ciudad era uno de los enclaves más importantes de la industria textil europea, por lo que se encontraba en un momento de apogeo económico y demográfico. En este contexto, dos poderosos empresarios del sector de la lana Théodore Vienne y Maurice Pérez ordenaron la construcción de un velódromo en 1895. Un velódromo que cambiaría para siempre la historia del ciclismo y de la localidad.

Ambos empresarios tuvieron la idea de crear una carrera ciclista que uniera Paris con Roubaix. El objetivo era promocionar el nuevo velódromo, donde se encontraría la meta de la futura carrera.  Llevaron su propuesta a Paul Rousseau, director del periódico deportivo más popular: Le Vélo. Rousseau fue algo reticente con el proyecto presentado por los entusiastas empresarios. Ya que consideraba que lo normal sería que la carrera terminará en Paris y no en la provinciana Roubaix. Uno de los argumentos que utilizaron los empresarios para convencer a Rousseau es que la carrera se celebraría en el mes de abril. Lo que sería una buena prueba de entrenamiento para los corredores que quisieran disputar unas semanas más tarde la Burdeos- Paris. Prueba ciclista de referencia de la época.

Primera edición de la París-Roubaix en 1896

Finalmente, Rousseau cedió y Le Vélo otorgó un importante apoyo económico y publicitario para que la carrera pudiera celebrarse. De esta forma, el 19 de abril de 1896 poco más de 50 corredores tomaron la salida desde el parisino Bois de Boulogne. Para afrontar los 280 kilómetros de recorrido hasta el velódromo de Roubaix.

Tras más de nueve horas de carrera atravesando caminos embarrados y carreteras adoquinadas. El alemán Josef Fischer se hizo con la victoria en un abarrotado velódromo. Según fuentes de la época, cerca de cincuenta mil personas se congregaron en los aledaños del estadio para presenciar la llegada de los ciclistas. Fischer inauguró el palmarés de una carrera que en sus 119 ediciones ha dejado momentos inolvidables.

 

El primer gran dominador fue el francés Octave Lapize, consiguiendo tres triunfos consecutivos entre 1910 y 1912. Años más tarde con el estallido de la I Guerra Mundial la París-Roubaix se suspende. Lapize o el luxemburgués François Faber (vencedor en la edición de 1913) pierden la vida en el frente de batalla. Son años oscuros para Europa.

En 1919 la carrera vuelve a disputarse, pero las cicatrices de la guerra estaban muy presentes. El panorama era desolador. Pueblos enteros destruidos por las bombas, y trincheras que impregnaban de sangre el ambiente. Ante esta situación, dos periodistas asombrados por la gran devastación que había causado la guerra en la región. Lo calificaron como El Infierno del Norte. Apelativo por el cual se conocería posteriormente a la París-Roubaix.

Las ediciones fueron transcurriendo y la carrera se asentó en el calendario internacional. Ya no era una mera prueba de entrenamiento para la Burdeos-París, sino que era un reclamo para los mejores ciclistas de la época. Alzar los brazos en el velódromo de Roubaix era una victoria de enorme prestigio para el palmarés de todo ciclista.

La carrera se ve interrumpida de nuevo. Estalla la II Guerra Mundial y las ediciones de 1940 a 1942 quedan sin disputarse.

Finalizada la guerra, Francia experimentó un importante desarrollo económico y el uso del automóvil se extiende a toda la población. Esto generó que muchos de los caminos adoquinados del país fueran asfaltados para evitar la incómoda travesía. La esencia de la París-Roubaix se encontraba en peligro. Cada edición que pasaba los kilómetros de pavés se veían reducidos. Siendo cada vez más frecuente que un numeroso grupo llegará al sprint al velódromo de Roubaix.

Los directores de la carrera vieron la necesidad de modificar el recorrido con el fin de aumentar la dureza y extender el kilometraje de pavés. Al mismo tiempo, surgió una organización llamada Les Amis de Paris – Roubaix, encargada de la salvaguarda y protección de los diferentes tramos adoquinados.

Los temibles pavés de Roubaix

La belleza y singularidad de la prueba no se puede entender sin sus tramos de pavés. Estrechos caminos del siglo XIX pavimentados con robustas piedras por donde el delicado tubular de la bicicleta se desplaza con gran dificultad. Generando un continuo traqueteo que va mermando la musculatura del ciclista.

Los diferentes tramos de pavés son catalogados de una a cinco estrellas según su dificultad. Destacan especialmente tres de ellos: El Bosque de Arenberg, Mons-en-Pévèle y Carrefour de l’Arbre. Cada uno de los tramos apenas tienen desnivel positivo, pero generan tanto o más desgaste que un puerto de alta montaña.

El Bosque de Arenberg fue introducido por primera vez en la edición de 1968. Es una carretera adoquinada de 2.400 metros de longitud construida en tiempos de Napoleón Bonaparte. Se sitúa a más de noventa kilómetros de meta, pero la gran peligrosidad del tramo hace que sea un punto decisivo en el transcurso de la carrera. Uno de los precursores de su incorporación al recorrido fue el ciclista francés Jean Stablinski (trabajó de minero durante su juventud en la región), aseguraba que “Arenberg es como descender a una mina de carbón. Si empiezas a pensar en el peligro, no irías allí”.

Detalle del pavés del Bosque de Arenberg. Foto Graham Watson
Detalle del pavés del Bosque de Arenberg. Foto Graham Watson

Otro de los tramos más relevantes de la carrera es Mons-en-Pévèle. Se atravesó por primera vez en la edición de 1978. Sus 3.000 metros de longitud e irregular firme hacen de este tramo uno de los más decisivos de la prueba. En último lugar, destaca Carrefour de l’Arbre. Situado a unos quince kilómetros de la llegada y con una longitud de 2.100 metros. Fue introducido por primera vez en 1980, y desde entonces ha sido el punto que rompe de forma definitiva la carrera entre los grandes favoritos.

Las averías mecánicas son un riesgo constante en la Paris-Roubaix. Foto: Graham Watson
Las averías mecánicas son un riesgo constante en la Paris-Roubaix. Foto: Graham Watson

Un palmarés de ilustres vencedores

Los ciclistas belgas han sido los grandes dominadores de la París-Roubaix. Roger de Vlaeminck y Tom Boonen comparten el récord de victorias con cuatro triunfos cada uno. Vlaeminck se impuso en las ediciones de 1972, 1974 1975 y 1977. Destaca especialmente su triunfo en 1975, considerada la mejor edición de la historia. Tras casi siete horas de carrera para recorrer los 277 kilómetros de la prueba. Vlaeminck se impuso en un apretado sprint al todopoderoso Eddy Merckx.

Merckx conseguiría tres triunfos en Roubaix (1968, 1970 y 1973). Más recientemente destaca la figura de Tom Boonen, que lograría alzarse con la victoria en 2005, 2008, 2009 y 2012.

En 1981 Bernard Hinault ganaría por primera y última vez la Paris-Roubaix. Ataviado con un maillot de campeón del mundo irreconocible por el barro y el polvo, cruzó el primero la línea de meta del velódromo. Posteriormente haría unas declaraciones que pasarían a la historia “La París-Roubaix es una mierda”.

Otro corredor destacado fue Sean Kelly. Ciclista irlandés y una de las grandes figuras del pelotón internacional de los años ochenta. Lograría dos triunfos en Roubaix (1984 y 1986). Kelly afirmaba que la “Paris-Roubaix es una carrera horrible de correr, pero la más bonita de ganar”.

En la actualidad, la Paris Roubaix es la única carrera ciclista del siglo XXI que nos ofrece imágenes de un ciclismo que parece de otra época. Un ciclismo impredecible.

Los pinchazos, las caídas o la climatología adversa son factores que condicionan una carrera en la que sobresalen los tramos de pavés y su icónica llegada al velódromo de Roubaix. Donde rostros y cuerpos ennegrecidos por el polvo, el barro y la lluvia alcanzan la línea de meta tras haber superado un infierno. El Infierno del Norte.

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