En 1984 en el corazón de Flandes. Cuenta la leyenda que en una tarde de frío y lluvia, un granjero flamenco se asoma a la ventana de su casa y mira la colina que hay junto a sus tierras, el Paterberg. La envidia le corroe por dentro. Mientras el Tour de Flandes, la mayor fiesta de reafirmación identitaria para este pequeño rincón de Europa, visita la casa de sus vecinos, a su paso por el Koppenberg, él se desconsuela pensando que De Ronde van Vlaanderen (nombre flamenco del Tour de Flandes) también debería escalar la colina que sube todos los días al salir de casa para ir a trabajar al campo. Así que decide crear su propio muro, que subirá por la colina que hay delante de su granja. Dos años después, en 1986, el Paterberg se subirá por primera vez en De Ronde (la Vuelta). Desde entonces se ha convertido en una de las subidas más emblemáticas y temidas de la carrera.
Una edición para enmarcar
El Tour de Flandes pone el broche final a las clásicas primaverales en Bélgica y supone el segundo Monumento del año –tras la Milán-San Remo–. Los pasos estrechos, los tramos de pavé, las cotas y el aliento del público hacen de esta prueba el mayor evento deportivo del año para los belgas. Las características banderas con el león rampante armado secundan a los corredores durante todo el recorrido, durante los 273,4 kilómetros de la 107ª edición del Tour de Flandes, que recorren desde la salida en Brujas hasta la tradicional llegada en Ourdenaarde.
Todas las mirada están puestas en Van Aert, Van der Poel y Pogacar, el trío de tenores que nos regalaron una impresionante batalla hace unos días en la E3 Saxo Classic. Durante los primeros kilómetros los favoritos buscan la protección de sus gregarios. La mañana es fría y el viento lateral a la salida de las cotas dificulta enormemente la conformación de una escapada. El rugido del viento llama a escena a los abanicos, y los cortes en el pelotón no tardan en aparecer. Entre los damnificados está el nieto de Poulidor, Mathieu van der Poel, que llega a perder más de medio minuto con los favoritos. Al final sus compañeros logran salvar la papeleta y reunificar al pelotón.
El ritmo de carrera es asfixiante para todos los corredores (algunos lo pagarán al final). Con el paso de las horas las caídas y los abandonos van en aumento. Un despiste del joven polaco Filip Maciejuk, al que se le descontrola la bici y acaba barriendo la primer afila del pelotón, provoca una enorme montonera en el pelotón, y echa por tierra las aspiraciones de un buen número de corredores. Entre los caídos se encuentra Van Aert, que a pesar de hacerse un raspón en la rodilla izquierda, se levanta rápidamente. Otro enganchón en la mitad del grupo de favoritos deja si opciones a primeros espadas como Girmay o Mohoric.
Por delante, ajenos a los enganchones y la tensión del pelotón, camina un grupo de outsiders conformado por Asgreen y Merlier, defendiendo los intereses del Soudal Quick-Step (9 victorias en Flandes en el siglo XXI para el equipo belga), Pedersen, Küng, Powless, Wright, Vermeercht, Jorgenson (dando una gran presencia a Movistar), Trentin… Corredores con un gran potencial, y muchos de ellos con grandes victorias en sus piernas, que amenazan la hegemonía del trío fantástico. La ventaja de los fugados alcanza los 3 minutos, y por momentos parece que la carrera está delante y no en el grupo de favoritos.
Pogacar, el mejor de los tres tenores
Pero el caníbal divino no quiere marcharse de Flandes sin su trono. A 133 kilómetros aprieta en el primer paso por el Viejo Kwaremont, pero es en el segundo paso, a 55 kilómetros de meta, cuando de verdad pone a prueba a sus rivales. Al ataque Van Aert y Van der Poel responden no sin esfuerzo. Los tres se vuelven a reagrupar, y junto a algún valiente más que resiste, como Pidcock, se marchan a por los hombres de cabeza. A 28 kilómetros de meta el trío se separa. Esta vez es el doble ganador de Flandes y ganador de la Milán-San Remo 60 años después de su abuelo, quien exprime a sus ya habituales compañeros de aventura. El esloveno resiste pero Van Aert, el héroe del pueblo flamenco, se descuelga y ve como sus dos grandes rivales se alejan cada vez más por las rampas del Kruisberg.
Todavía queda el encadenado más temido de Flandes. El Viejo Kwaremont y el Paterberg, como es tradición, dictaminan sentencia y son los elegidos para nombrar al nuevo rey flamenco. Pogacar, que quiere ser el elegido, no deja que nadie coja aire. En cuanto ve la pancanta que indica el inicio de la penúltima cota del día (el tercer y último paso por la mítica subida), impone un ritmo infernal. Van der Poel (2º en meta a 16s del ganador) intenta secundarle, y por momentos parece que lo conseguirá, pero sus fuerzas se van debilitando a medida que el pavé va cogiendo vertiente. El esloveno huele la sangre y aprita un poco más si cabe. Antes de coronar se deshace también del último superviviente de la espada, el danés Mads Pedersen, campeón del mundo en 2019 (3º en la meta de Ourdenaarde).
Tan solo 17 kilómetros separan a Pogacar de su cuarto monumento (dos Lombardías y una Lieja). La décima victoria de la temporada en 16 días de competición está al caer. La estrategia ha funcionado a la perfección. Desgastar a sus rivales a lo largo del recorrido para intentar escaparse en solitario ha surgido efecto. “Solo podía ganar si llegaba solo”, dice el esloveno. “Y para llegar solo tenía que atacar en el Kwaremont. No tenía elección. Es un día que nunca olvidaré”.
El Paterberg («Monte del Padre» en flamenco) es el último obstáculo que tiene que franquear antes de que le sean entregadas las llaves de la región flamenca. Casi 40 años después, un esloveno menudito y de mirada afable escala sentando las rampas que llegan hasta el 20% de la terrorífica última cota. Lo hace en solitario, sin nadie que le haga sombra, dando una exhibición de fuerza y valentía. Sería maravilloso pensar que al granjero, que soñaba con que De Ronde pasase por la puerta de su casa, una mueca de admiración se le escapa al ver galopar velozmente, en la última cota del día, al Rey Pogacar I de Flandes.