20 años han pasado desde que Vincenzo Nibali abandonara su Messina natal para mudarse a la Toscana en busca de hacerse un hueco en el mundo del profesionalismo. El siciliano demostró a sus compatriotas que la gente del sur también sabía subir puertos, y se convirtió en la gran esperanza del ciclismo italiano y, a su vez, en el temible Squalo dello Stretto.
Desde Felice Gimondi, el hombre que casi siempre claudicaba ante Merckx, no ha habido un ciclista italiano que haya ganado tanto como Nibali. Como Gimondi, y como solo en la historia Anquetil, Merckx, Hinault, Contador y Froome, Nibali ha ganado las tres grandes, un Tour (2014), una Vuelta (2010), dos Giros (2013 y 2016). A su palmarés hay que sumarle dos victorias en la Tirreno-Adriático y tres monumentos, la Milán-San Remo y dos ediciones del Giro de Lombardía. En total, 52 victorias como profesional.
Un palmarés (casi) perfecto
El maillot arcoíris y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos son los únicos objetivos que se le han resistido a Vincenzo. Su mejor resultado en los Mundiales en Ruta fue el 4º puesto logrado en la edición de 2012 –año en el que ganó Rui Costa–, mientras que su gran oportunidad en los JJ.OO. la tuvo en 2016, en Río de Janeiro. Durante la disputa de la carrera olímpica, una caída a falta de 15 kilómetros para el final, privó al italiano de la lucha por las medallas cuando iba escapado en compañía de Sergio Henao y Rafal Majka. El varapalo no pudo ser mayor: las dos clavículas rotas y el sueño del oro olímpico esfumado.
Durante toda su carrera deportiva, el siciliano ha demostrado ser un ciclista de instinto, de los que cuando tenía un gramo de fuerza lo probaba. Su perfil de corredor fue evolucionando hasta convertirse en un notable rodador, un gran finisseur, un temible escalador y un excelso bajador. Quizá esta última de sus características es la que más admiraban sus seguidores, la valentía y habilidad del Squalo a la hora de lanzarse vertiginoso y trazar las curvas de las pendientes descendentes de las carreras.
El mejor ejemplo de esta sobrecogedora capacidad en los descensos lo encontramos en la edición de 2015 del Giro de Lombardía –La clásica de las hojas muertas–. Nibali, marcado por sus rivales, decidió jugársela en el descenso del Civiglio, a 17 km de la llegada en Como. Su endiablado paso por las curvas fue demasiado para sus contrincantes, por lo que el Squalo pudo disfrutar de su primera victoria en un monumento. «¿El arte del descenso? O lo tienes o no lo tienes», respondió en línea de meta al ser preguntado por su gesta.
Personalidad de campeón
«Cuando era pequeño era muy gamberro, en la bici encontré mi salida. La bici me ha hecho ser responsable y me ha ayudado a crecer. Era terrible, me inventaba todo, me escapaba de la escuela», reveló El Tiburón en una entrevista concedida al Corriere dello Sport. Vincenzo, siempre ha sido un corredor discreto en sus declaraciones y un usuario poco habitual de las redes sociales. Él hablaba en las carreras, ¡y vaya si lo hacía!
En el inicio de su 14ª temporada como profesional, Nibali, preguntado por cual era su primer gran objetivo del año, contestó que la Lieja-Bastoña-Lieja, “pero antes, tengo que deshacerme de Valverde”, añadió. Esta declaración resume una rivalidad que ha marcado el devenir de muchas carreras durante las primeras décadas del siglo XXI. Casualidades de la vida, ambos pusieron punto y final a sus colosales trayectorias el pasado 8 de octubre en Lombardía.
«Nunca tuve miedo de seguir mi instinto y atacar. Así es como gané las carreras más importantes. Si dudas o te detienes, tu oportunidad se ha ido».