Si hubiese un Benjamin Button en el ciclismo, ese sería Alejandro Valverde. El murciano, con 42 años, dio sus últimas pedaladas en competición el pasado 8 de octubre durante la 107ª edición del Giro de Lombardía. Entre su primera y su última victoria hay casi dos décadas de diferencia e innumerables éxitos (también algún altibajo) que lo han aupado al Olimpo de los más grandes de este deporte. Ateniéndose a los puntos que se otorgan por victorias y colocaciones, el portal Procyclingstats sitúa a Valverde como el sexto mejor ciclista de la historia. Por delante, Merckx, Kelly, Moser, De Vlaeminck e Hinault.

Los datos y los hechos no engañan. El Imbatido, como se le conocía en su época de juvenil, logró su primera victoria al sprint en la Itzulia de 2003, donde se impuso al italiano Davide Rebellin; la última vez que ha tenido opciones de levantar victorioso los brazos fue el pasado 4 de octubre en los Tres Valles Varesinos (3º en meta). Allí Pogačar se cruzó en su camino. Entre el italiano y el esloveno hay una diferencia de 27 años. Valverde, nueve años menor que Davide y 18 mayor que Tadej, ha sido capaz de ser competitivo en dos épocas distintas, en dos ciclismos diferentes. Nadie antes lo había conseguido. 

La mayor virtud del Bala ha sido sacar el máximo provecho a su físico y a su capacidad mental. Durante sus 21 años de profesional ha cosechado 133 victorias en todo tipo de circunstancias y terrenos. Ha sido capaz de ganar al sprint, en los repechos de las Ardenas, en contrarreloj… e incluso ha sido un notabilísimo escalador, logrando etapas y pódiums en las Tres Grandes Vueltas. Incluso llegó a ganar una de ellas, la Vuelta a España de 2009.

Y lo mejor de todo es que da la sensación de que podría haber ganado todavía más. Cuando eres tan bueno y tan superior se te exige siempre lo máximo. Valverde corría para ganar mientras otros lo hacían para sobrevivir. “Si no hubiera ido tanto a disputar el Tour, si se hubiera centrado más en las clásicas, seguro que habría tenido mejor palmarés aún”, dice Óscar Freire del que fuera su compañero en la selección española. La relación de Alejandro con la La Grande Boucle ha sido de amor y odio. Caídas, muchas y muy feas como aquella en el prólogo de Düsseldorf en 2017, pero también cuatro victorias de etapa y un podio en 2015, un tercer puesto que celebró entre lágrimas en la cima de Alpe d’Huez.

Dos regresos desde las tinieblas

En 2012 reapareció tras dos años 2010 y 2011en blanco. El murciano fue uno de los implicados en la famosa Operación Puerto, por la que fue sancionado. Suya era la sangre de una de las bolsas halladas en el registro del arcón congelador del médico Eufemiano Fuentes en 2006. Todos esos insufribles meses sin poder competir, Valverde se los tiró entrenando con su grupeta de colegas, con sus amigos de siempre, en su Murcia natal. Él nunca ha abandonado su tierra por otros sitios más propicios para entrenar Andorra, Mónaco, Suiza. Siempre fiel a sus principios y a su forma de correr.

Su otro regreso fue diferente. Esta vez tras una aterradora caída, cuando estaba haciendo una de sus mejores temporadas.


1 de julio de 2017, comienza el Tour de Francia con una contrarreloj individual en Düsseldorf (Alemania). El cielo nublado y el piso mojado hacen tomar precauciones a la mayoría de corredores. Valverde, siempre con la mecha encendida, toma una curva a derechas a mucha velocidad y la rueda de atrás patina. Se cae al asfalto, desliza y su cuerpo golpea violentamente contra una valla de protección. Resultado: fracturada de la rótula izquierda. Con 37 años y una lesión como esa, probablemente ese será el final de su carrera.

Alejandro Valverde, tras su operación en Alemania en julio / EL MUNDO

Pero el Bala no entiende de finales, por lo menos ese no podía serlo. Tras varios meses con movilidad reducida, se recuperó. Faltaba saber a qué nivel volvería. Muchos le auguraban un futuro poco prometedor. Ya no volvería a ser el de antes. Durante esos meses trabajó incansablemente con médicos y fisioterapeutas en su casa de Murcia. Adelantó todos los plazos fijados por los médicos para volver a subirse cuanto antes a la bicicleta. A finales de enero de 2018, seis meses después de besar el asfalto, volvió a la competición.

Innsbruck, infierno y paraíso

Ese año fue su 17ª temporada y una de sus mejores. Cosechó 14 victorias en 80 días de competición, y logró su mayor éxito, hacerse con el arcoíris. Atrás quedaron sus dos platas (2003 y 2005) y sus cuatro bronces (2006, 2011, 2012 y 2013). El oro cerró todas aquellas heridas, todas las veces en las que saboreó la gloria de ser campeón del mundo. Ya piensa que nunca lo conseguirá, pero le queda Innsbruck (Austria), un recorrido infernal que se asemeja perfectamente a sus cualidades. Valverde tenía la última oportunidad de cerrar un círculo que se abrió con su primera medalla, la plata en Hamilton (Canadá) en 2003.


Con 38 años, en su 12º Mundial, tras penar en las rampas del 28% que la organización había preparado, solo 300 metros separan a Valverde del triunfo con el que siempre ha soñado. Lleva a rueda a tres ciclistas duros, de fondo, el aguerrido francés Romain Bardet, el valiente canadiense Michael Woods y el todoterreno neerlandés Tom Dumoulin. Ninguno se mueve. Todos esperan a lo que haga el español. Alejandro calcula su distancia, apunta, dispara… y se corona campeón. En meta no se lo cree, las lágrimas recorren sus ojos y los de miles de aficionados. Por fin se ha hecho justicia.

Alejandro Valverde celebra su maillot arcoíris en Innsbruck (Austria) / CHRISTIAN BRUNA (EFE)

Última parada: Olimpo

Al término de la temporada pasada la decisión ya estaba tomada. Tras acumular kilómetros en competición como para dar 4,5 vueltas al mundo, 2022 será el año de su despedida. Ese final estaba previsto en los Juegos Olímpicos de Tokio, pero el retraso de la competición y la situación pandémica acabó alterando su decisión. El Bala se merecía una despedida sintiendo el calor de los aficionados, un homenaje como el que le concedió el público en las calles de Madrid, durante la última etapa de la pasada Vuelta a España.

En la meta de Lombardía todos están felices, todos sonríen. Las cámaras no buscan al ganador, a Pogačar, sino al murciano. Los periodistas le preguntan qué es lo primero que va a hacer como exciclista profesional. «Tomarme un helado con la familia”, responde. El legado que deja, tanto en lo deportivo como en lo personal, es eterno. «Más que por las victorias, me gustaría que el aficionado me recuerde como una gran persona que ha dado todo sobre la bicicleta”. El Olimpo tiene nuevo inquilino.

por Juan Hernández Herrero

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid. Interesado en el periodismo internacional, cultural y deportivo.

2 comentario en “Alejandro Valverde: Eterna Bala”

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